En un artículo de Benjamin J. Romano, en el Seattle Times, titulado: «Microsoft device helps police pluck evidence from cyberscene of crime«, este periodista cuenta que Microsoft está distribuyendo entre las autoridades de diferentes países una memoria USB con utilidades que permiten la extracción de claves y datos de todo tipo de su sistema operativo Windows en ordenadores de presuntos delincuentes.
Dicho así, podríamos pensar que Microsoft viene a salvar el mundo, con su software cerrado y privativo, al más puro estilo Bush, de «los malos».
O bien podemos interpretarlo de otra forma radicalmente distinta. Como una falta de privacidad muy parecida a la que se viene poniendo en práctica en países como China o Irán, esos a los que tanto se les critica por este motivo (y por otros).
Y es que este es uno de los problemas más graves que presenta el software cerrado y privativo, aquel que no permite (a nadie, excepto a su propietario) saber que es lo que realmente hace en nuestros equipos, con nuestros datos.
¿Se puede demostrar de alguna forma que cuando chateamos o enviamos un email desde Windows esta información no va a ser filtrada directamente por ordenadores de algún servicio de inteligencia? Se puede decir que sí, o que no, pero no se puede demostrar nada, porque el código fuente de este software, y por tanto lo que realmente hace en última instancia, aparte de lo que aparentemente parece que hace, sólo lo conoce la empresa privada que lo desarrolla.
Más grave es aún si pensamos en las implicaciones que todo esto tiene cuando en gobiernos de otros países (los más) se hace uso de este software. Gobiernos, instituciones, empresas privadas, etc. Y aun así, sigue habiendo acuerdos, todos los días, entre empresas como Microsoft (que no es la única, pero sí un excelente ejemplo) y las organizaciones públicas de la mayoría de países. Es por ello que las instituciones públicas (al menos) NUNCA deberían llegar a acuerdos con empresas de software que no desarrollasen programas basados en software libre, el único en el que sí podemos confiar.
Creo que merece la pena pensar en ello, porque no estamos hablando de «Matrix», hablamos de la realidad en la que vivimos.